Cuento: El Puente de mi Destino.

El puente de mi destino

(reescritura de uno de mis cuentos de 2012)


Tras pensarlo mil veces, tomé la decisión de hacerlo: iba a suicidarme. 

Deseaba con todas mis fuerzas que todo aquello no me hubiera ocurrido, pero me pasó.

Dejé una nota de despedida en la encimera de mi cocina. Fui al puente donde tantas horas había matado. Me asomé a contemplar mi destino final. Me desnudé casi por completo, a excepción de mi ropa interior. Y salté al agua del río.

Me sentí tan libre como puede sentirse un pájaro al volar sobre nuestras, y para ellos, diminutas cabezas. No obstante, noté cómo mi cuerpo se estrellaba contra el agua dura y firme como una roca; esa caída me causó la muerte instantánea. 

Después de la muerte, una extraña sensación me invadió: continuaba escuchando mis pensamientos con la misma nitidez que cuando estaba viva.

Y entonces, de repente, ante mi apareció LA MUERTE.

LA MUERTE venía para pedirme explicaciones de mi repentina muerte. Yo no podía engañar a LA MUERTE, así que tuve que contarle toda la verdad.

"Mi nombre imagino que ya lo conocerás, así que no me detendré en detalles como esos, aunque creo importante aclarar mi edad: 16 años".

"Mi infancia fue como la de cualquier niña normal y corriente. Jugaba con mis amigos, iba al colegio y convivía con unos padres cariñosos y atentos. Vivimos durante 5 años en el extranjero y, tras ese tiempo fuera, y en la actualidad, regresamos a nuestro pequeño pueblo natal".

"Cuando llegué a mi nuevo colegio, me costó al principio hacer amigos, pero al final pude conocer a la que sería mi mejor amiga: una niña de origen francés cuyos padres llevaban en nuestro país tanto tiempo que podrían considerarse nativos. También conocí a un niño angelical, el amor de mi vidas, un flechazo infantil, aunque no correspondido por mi miedo al rechazo, supongo".

"Cuando llegué al instituto todo cambió: pasé de tener una media de notable a caer en picado hacia el suspenso y, bueno, sufrí los peores castigos por mi inocencia: las razones por las que he decidido tirarme por ese puente".

"Una mañana, como otra cualquiera, fui al instituto; fue un día tranquilo, pues mis compañeros de clase se habían ido de viaje de estudios. Yo no tenía los medio económicos para viajar con ellos, pero no me importaba; disfrutaba de mis clases en soledad. Al volver a casa, comí con mis padres, hice los pocos deberes que nos habían mandado a los que seguíamos yendo a clase y, posteriormente, me fui con unas vecinas a dar una vuelta por el pueblo. En una de esas vueltas, me encontré a mi madre hablando acaloradamente con la madre de mi mejor amiga, pero no me detuve a averiguar el porqué de su nerviosismo y seguí mi camino. Al sentarme en un banco a comer pipas con mis vecinas, recordé que se me había olvidado el dinero para pagar mi parte de la merienda en casa, por lo que tuve que volver a casa".

"Y volviendo a casa, justo cuando estaba a punto de abrir mi puerta, alguien se me acercó por detrás. Al principio no lo reconocía, pero después me di cuenta de que era uno de mis compañeros de clase, uno de los que tampoco se había podido permitir irse con el resto. Lo que salió de su boca me marcó la vida, supuso un antes y un después en mis siguientes actos: todos nuestros compañeros de clase que se habían marchado de viaje de estudios había muerto en un accidente de avión regresando a casa. En ese vuelo viajaban mi mejor amiga y el chico del que estaba enamorada, dos de las personas más importantes de mi vida".

"No me lo podía creer, estaba viviendo una pesadilla. Subí a casa tropezando con todo, me tiré en la cama y ahí mismo estuve llorando durante semanas. Cuando volví a las clases, me había perdido los exámenes más importantes y, por mi ausencia, los había suspendido todos. Mi depresión fue en aumento y, como no podía llorar más porque estaba seca, me puse a correr. Y corriendo fue cómo descubrí el puente. Un lugar que se convertiría en mi pozo de lágrimas, en mi compañero de penas".

"Una de aquellas veces que iba a visitar mi puente, a mi vuelta a casa me llevé una desagradable sorpresa: encontré a mi madre engañando a mi padre con otro hombre. Mi madre trató de explicarme lo sucedido y de excusarse, pero, cuando llegó mi padre, tuve que contárselo todo. Esto provocó que empezaran a discutir y, tras noches y días peleando, se reunieron conmigo y me dieron la noticia: se iban a divorciar. Yo me quedé con mamá y su nuevo novio: un hombre gorrón y desgarbado en paro que consumía su vida tirado en el sofá viendo la televisión y bebiendo cerveza mientras mi madre se pasaba todo el tiempo trabajando para mantenernos a ese señor y a mí. Tuve que soportar su mala educación y sus maltratos hasta que un día no quise llevarle una cerveza a salón, me pegó un puñetazo y, al regresar mi madre a casa, siguió pegándole a ella. Esa noche me mandó a vivir con mi padre".

"Mi padre, quien normalmente no había tenido demasiado tiempo para mí por su trabajo, también tenía una novia: una mujer madre soltera cuyo hijo me provocaba náuseas por su aspecto desaliñado y su trato chulesco y pasota hacia mí y hacia todo el que se cruzaba por su camino. Su afición favorita consistía en espiarme todo el rato e insinuarme que el día que nos quedáramos solos en casa, haría conmigo todo lo que no podía hacerme en presencia de nuestros respectivos padres. Y una noche llegó su momento: mi padre iba a trabajar hasta tarde y su madre se había ido a cenar con unas amigas; tuve que quedarme a solas con él. El muchacho no paraba de molestarme con sus niñerías y sus travesuras sin gracia, pero yo aguantaba y no le daba importancia porque no pasaba de ahí. Hasta que en una de esas, me cogió del brazo con brusquedad y me intentó dar un beso en la boca. Yo no le dejaba, porque no me gustaba ni me parecía correcto llegar a eso con alguien como él. Siguió insistiendo hasta que, súbitamente, llamaron a la puerta. Yo pensaba, tenía la esperanza, que eran mi padre o su madre que volvían ante de tiempo, pero no resultó así. Eran dos amigos de mi hermanastro. Me encerré en el baño y los escuché que hablaban de mí y de todo lo que me harían cuando saliera de ese cuarto. De repente, escuché un ruido en la ventana: eran ellos. Entraron a la fuerza y me violaron".

"Me armé de valor para contarle a mi padre sobre la violación. Tanto él como su novia se escandalizaron y mandaron al chico a un internado. Yo, sin embargo, días después, cuando me sentía algo más aliviada por la desaparición de esa bestia, me di cuenta de que a mi cuerpo le estaba sucediendo algo extraño y, lo que me pasaba era que estaba embarazada. Se lo dije a mi padre. No sabía cuál de esos jóvenes era el responsable de esa inseminación, pero pensar en ello me provocaba una sensación de angustia irrefrenable".

"Cogí un autobús y me planté en casa de mi madre, el que había sido mi hogar desde niña. Allí me encontré con la misma estampa que había dejado tiempo atrás: a un señor repantingado en el sofá gritándole a la televisión y alzando su cerveza. Entré por la puerta trasera, me colé en silencio en la cocina y escribí mi nota de despedida. Solo me salieron reproches y palabras de odio, con una breve y concisa despedida al final y mi firma claramente descifrable".

"Corrí. Quería desaparecer de ese pueblo, pero volví a toparme con mi puente. Me asomé a ver cómo el agua del río fluía en libertad. Miré al cielo y contemplé el vuelo de las aves. Yo también quería ser libre como lo era la naturaleza. Así que decidí hacer algo que jamás me había planteado: tirarme al río. Y eso hice: salté la valla y me solté de mi agarre. Ahí acabaron todos mis problemas. En ese corto instante desde el puente al agua, fui libre".

Después de contárselo todo con pelos y señales, LA MUERTE me contestó:

"Has sufrido mucho durante tu corta vida, pero no encuentro motivo para que te la quites. La vida es algo que hay que guardar hasta que llega tu momento. Tienes que proteger tu vida con tu vida. No te voy a contar lo que podría haber pasado de no haberte suicidado, pero sí que te voy a decir algo muy importante que tienes que saber: tu destino no lo decido yo, sino TÚ. Pero lo que acabas de hacer lo han decidido otras personas. Los errores y los problemas se pueden solucionar de otras maneras. Ahora quiero que pienses en lo que te he dicho y que me respondas dentro de unos minutos".

Cuando se marchó, me quedé bloqueada. No sabía qué hacer ni qué decir. Tenía razón. Lo que había hecho no lo había decidido yo.

Entonces- pensé, ¿qué voy a hacer? 

Minutos más tarde, como ella misma había dicho, reapareció. Le conté lo que había pensado y ella se quedó pensativa mirándome fijamente.

Segundos después, me dijo:

"Voy a hacer algo que no debería, pero, como te has arrepentido y eres demasiado joven, lo haré. Te voy a dar una segunda oportunidad, para que valores tu vida y la cuides como un tesoro. Te devolveré al momento anterior a tu salto en el puente. Piensa bien lo que vas a hacer. Puedes volver a saltar o seguir adelante y tomar las riendas para cuidar tu vida. Eres libre".

Y así fue, volví justo a ese instante y salí corriendo a casa de mi madre. Rompí la nota y, en ese momento, apareció mamá ante mis ojos. La abracé fuerte y le conté todo lo que me había pasado. Se preocupó por mí, me dejó quedarme en su casa y echó al deshecho de su pareja. Durmió conmigo y, al día siguiente, llamó a mi padre para avisarle de que me iba a quedar con ella. Él le contó que había dejado a su novia y que volvería a casa como padre, para cuidar de mí. Se hicieron amigos y parecía que volvíamos a ser una familia.

Años más tarde conocí a mi marido en un viaje por estudios superiores y, poco después de conocernos, nos hicimos novios. Justos viajábamos a numerosos lugares y nos divertíamos mucho. Cuidábamos el uno del otro y formamos una bonita familia.

Nunca le conté ni a él ni a mis padres ni a nadie lo que me ocurrió cuando salté de aquel puente. Jamás volví a acercarme a ese lugar. Para mí se convirtió en un lugar prohibido.

Me hice mayor y, con mis 90 años, enferma del corazón, tomé las riendas de mi vida y decidí ir a ese puente. Me acerqué muy despacio a la valla y miré hacia el agua y hacia el cielo. Recordé aquel momento en el que volé sobre el río. 

Minutos después, apareció mi nieto a recogerme y volví a mi casa. 

Desde que había vuelto el puente, sentía la presencia de alguien conocido siguiéndome a todas partes.

Pocos días después, morí, nuevamente. Me reencontré con mi buena amiga, LA MUERTE, y esta vez no me echó otro discurso, sino que me dio la mano y me acompañó hacia la luz. Yo le di las gracias y me marché. Ya no la volvería a ver nunca más, pues, como ella me dijo, era libre y eso significaba que ni ella ni nadie podría nunca más influir en mi destino.


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