Cuento: La Diosa.
La diosa
Su cuerpo fue esculpido por los mismísimos dioses.
Los mozos que trabajaban para
ella la acompañaban incluso al lavabo para impedirle la entrada a quienes
osaran interrumpirla durante sus rituales de aseo. Y no solo eso, sino que
también, los mismos que la servían, le servían de respaldo y eran capaces de
matar por ella con una breve, clara y precisa orden. Marchaban con ella a todas
partes, incluso representaban torpes obras teatrales para su entretenimiento. Si
tenía frío, la cubrían con mantas de los mejores tejidos y de los más bellos
diseños; y si tenía calor, le proporcionaban refrescos y mantenían la
temperatura de su dormitorio con un sistema de refrigeración infalible.
Siempre
llevaba consigo un peine de marfil y una vara de hierro, ambos le daban la
mitad de poder del reino. Escribía magníficos poemas de amor lésbico en los que
mandaba quemar en la hoguera a todas aquellas mujeres que se atrevieran a
despreciarla. Sus guardaespaldas admiraban su belleza, sus ojos verde oliva y
su habilidad para predecir el futuro en las estrellas. En sus versos agradecía
a quienes la servían y a las gentes de su entorno con insultos livianos. Exigía
masajes y evitaba el ruido. Sus caderas apretadas con una faja eran envidiadas
por la esposa del mismo Zeus.
La princesa sabía defenderse con gas pimienta y un antifaz que la encubriera. Cavaba las fosas de sus enemigos con sus propias manos. Ella sería quien engendraría al hijo del rey. Y con el tiempo, la mesa redonda dejaría de pensar en su bien y la enviarían al Cielo. Un aro de luz sobre su cabeza le daría la sabiduría absoluta y todo el mundo esculpiría estatuas en su honor.
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