Cuento: El Sociópata.

El sociópata



Era un ser patológicamente impulsivo, hostil y antisocial. Desde su adolescencia se detectaron los primeros síntomas de esta enfermedad crónica sin cura y con un tratamiento psiquiátrico y psicológico al que nunca acudió para controlarse. Carecía de empatía alguna hacia el resto de los seres humanos que lo rodeaban.

Era un egocéntrico, centrando en sus problemas internos y culpando siempre a los demás de estos. Estaba desapegado a las normas sociales y convencionales, alegando un estado intelectual superior a cualquiera de los que trataban de involucrarse en su vida.

Era un chico inestable emocionalmente, tanto que sus estados depresivos podían entorpecer sus ambiciosas aspiraciones. También era agresivo, usaba la violencia para expresarse; la ira, la rabia y todas estas emociones nocivas y negativas estaban presentes en su día a día. Además, carecía de sentimientos de culpa o de arrepentimiento, por lo que cada uno de sus actos suponían una sentencia irrefutable para él.

Era un ser encantador, aparentemente confiable y sin vergüenza alguna. Llevaba una vida relativamente normal y se relacionaba con todo el mundo con una sonrisa en el rostro y con los brazos abiertos. Su atractivo atrapaba a cualquiera; sus andares y sus palabras inspiraban pasión y sensualidad.

Pero era un mentiroso y un manipulador de la mente. Fingía haber cambiado, mostraba parte de sus sentimientos para hacerte sentir especial y aprovechar la brecha para que dejaras de identificarlo como un sociópata de manual.

Unas veces era correcto, simpático y sociable; otras veces era incorrecto, grosero y borde, y cuando era así, no pedía disculpas ni asumía la responsabilidad de esos actos obscenos y maleducados.

Su objetivo era encontrar a una mujer que lo quisiera por encima de todos esos comportamientos, que lo acompañara y sufriera junto a él. Y, para ello, recurría a la herramienta de las historias manipuladas a su favor, mentiras o medias verdades que no se podía descubrir fácilmente, ya que él se encargaba de que solo escucharas su versión de los hechos.

Otra de sus tácticas para captar jovencitas perdidas que le hicieran compañía era su capacidad para detectar las debilidades, inseguridades y tristezas ajenas. Las averiguaba rápidamente y hacía un uso perverso de ellas, pues en el fondo él era un experto en padecerlas en su propia piel, aunque aparentara tener un carácter fuerte y determinante.

Su falsa tranquilidad te hacía unirte a él para, en seguida, a la mínima que cualquier cosa se escapaba de su control, tornaba a una actitud violenta e incontrolable. Podía pasar del cariño a la tortura en pocos minutos y no sentir ninguna culpa por ello.

Odiaba que lo criticaran, por muy constructivas y amables que fueran esas críticas. Las ignoraba, rechazaba o les daba la vuelta para poder dárselas de víctima. Su ego era inquebrantable y solo quienes lo valorábamos incondicionalmente podíamos entablar una mínima relación con él.

Su mirada era fría y fija, pero también profunda y penetrante. Sus ojos decían de él que era un niño asustado, preso del pánico y del miedo, con una perturbación interior que lo tenía siempre alerta. No se ponía en situaciones de riesgo para no tener que mostrar su lado más humano, ni tampoco llegué a verle llorar ante nada ni nadie.

Así fue cómo me cautivó, se apoyó en mi para hundirme con él y demostrarle al mundo que podía llegar a enamorarme sin ningún esfuerzo. Me atraía todo lo bueno y lo malo de su personalidad. No entendía por qué era así, por qué no buscaba ayuda para controlar sus emociones y encauzar sus energías hacia un futuro mejor. Juré que no lo abandonaría nunca; le prometí que lo acompañaría para salir de un pozo en el que yo acabé metida por su culpa.

Su sed de crueldad y sadismo me inspiraban; él se convirtió en mi musa nada más conocer el sabor de sus labios y el tacto de sus manos de artista desgastado. Me sedujo su desgana y me atraparon sus complejos de “chico malo atormentado por la sociedad”. Me dejé cosificar por su mente, le ofrecí todo de mí: desde mis pensamientos más íntimos a las partes de mi cuerpo más pequeñas.

Él tenía dos caras, y las dos eran terroríficas. Su máscara social rompía mis esquemas y su verdadero rostro me embriagaba hasta el punto de poder apartar mis ojos de él cuando lo tenía cerca.

Era un amante violento y cruel, expresando siempre una hombría tóxica que derribaba cada una de mis barreras hasta el punto de permitir que me golpeara, abusara de mi confianza y me vejara descaradamente. Sus humillaciones eran obviamente en un espacio privado y nadie podía imaginarse hasta qué extremo llegaban.

Porque yo sonreía y hablaba de él como una musa, un ser idealizado y especial que todos debían conocer y adorar tal y como hacía yo.

Su bestialidad era un secreto.

Mis heridas también.

Deseo su muerte.

Porque, después de un año, no puedo evitar estar enamorada de él.


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