Cuento: El Columpio.
El Columpio
Ya
desde niña no cabía en el asiento del columpio. Una profesora se encargaba de
recordarme día tras días que mis caderas eran demasiado anchas para el
columpio. Había noches en las que me intentaba recortar la parte externa del
muslo para coger en el columpio. Los niños me interceptaban en la entrada del
parque para que no llegara hasta el columpio. Yo buscaba el afecto y el
consuelo en los brazos de mi madre, quien me trataba de convencer de que no
insistiera en entrar en el columpio. Mi culo era demasiado grande para caber en
el columpio. No me cansaba de probar una y otra vez; conservaba la esperanza de
algún día poder sentarme en el columpio. Mis lamentos me ahogaban tras cada
intento de montarme en el columpio. La forma de mi cuerpo me frustraba; no me
parecía justo ser la única niña del parque que no pudiera disfrutar del
columpio. Mi obsesión era tal que buscaba imágenes en Internet de aquel
columpio.
Entonces
crecí y pensaba que los años habían erosionado mi silueta, pero seguía sin
caber en el asiento del columpio. Descubrí otro parque, uno más bonito y más
grande, donde había un columpio. Pude subirme a ese columpio. Con el primer
balanceo alcancé las estrellas y me caí del columpio. El sol salió y yo seguía
volando en el columpio. Las rozaduras de mis rodillas, de mis codos y de mis
muslos no me detenían y yo continuaba subida en el columpio.
Me volteé en una de las paradas en las que frené el balanceo del columpio. Una niña estaba siendo empujada por su profesora del asiento del columpio. Me bajé del columpio. Corrí hacia ellas, empujé a la profesora y ayudé a la niña a montarse en el columpio. La sirena del colegio avisó del cierre del parque, pero la niña y yo nos quedamos en nuestro columpio.
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